VALLE INQUIETANTE
El diccionario de los lugares comunes (que por suerte o por desgracia, no existe) no duda un momento en aclararnos que para un artista el cuerpo es un lienzo en blanco. Es mentira. El cuerpo no es un lienzo. El cuerpo humano es una suerte de topología cavernaria, una sucesión indivisible (sin destruir su misma esencia) de planos alterados de arquitectura natural. Un valle inquietante, si nos permitimos robarle la idea a Masahiro Mori, en el que el menor atisbo de movimiento hace variar el paisaje de forma irreversible. Una cuenca permanentemente cambiante, en la que nada prevalece. Donde hoy hay una meseta mañana habrá una montaña inescalable. Donde hoy vemos una llanura de piedra pulida mañana habrá un desfiladero escarpado. Y donde hay cambio no existe la paz.
«Vanitas vanitatum omnia vanitas». El cuerpo convertido en vanitas, pero hasta la vanidad tiene un fin. El vanitas no es sólo la vanidad, es lo insignificante y ¿cómo puede haber nada insignificante cuando en cada momento hay alguien observándolo en cada punto del mundo?. Luz que una vez fue vanidad, ¿cómo puede uno encontrar belleza en lo insignificante cuando ya no son mas que unos y ceros?. No es de extrañar que el aura haya muerto, si hasta la mas bellas de las ínfulas ya no es más que una pérfida ilusión matemática que nunca encuentra reposo. Esta carne nació para morir, y eso ya nunca sucederá.
Esto se aplica a los recién documentados parajes de la geografía cárnica, pero aun no hemos presentado al otro contertulio que asoma desde el papel. Vulgar, común... insignificante ¿Notan el paralelismo? ¿Y que puede ser mas insignificante que algo de los que el sucio suelo nos ofrece infinidad de muestras? Al final, su camino no difiere del de la piel sensible. De joven e intocable a madura y aun comestible. Y desde ahí, un garbeo cuesta abajo hacia la podredumbre.
Por motivos que probablemente nos remiten a tiempos donde nuestros ancestros aun no comprendían como podía ser vivo alguno querer descender de la cómoda seguridad de las copas de los arboles, todo aquello que no entendemos nos provoca una absurda congoja, un estado de desapacible nerviosismo. Da igual que tengamos totalmente claro que, al menos desde un punto de vista puramente físico, una fotografía colgada en la pared no representa ningún tipo de peligro. De hecho, quizás deberíamos plantearnos si entendemos siquiera la misma idea de fotografía, pero ese es otro tema.
La cuestión es que mi trabajo demuestra ,simple y llanamente, que encontrar figuras conocidas en contextos no habituales causa en el espectador una sensación de extrañeza y desasosiego notable. Enfocando el uso de la técnica fotográfica desde la perspectiva de lo que deseo crear es un bodegón siniestro e ingrávido, mis imágenes desollan la piel para extraer de la misma los valores que la convención social le atribuye, dejando frente al telón solo una geografía extraña, fondo idóneo para que la fruta, presentándose en diferentes estados, algunos en optimo y otros en principio de descomposición/fresco dañado y muerto, en relación con lo que que pasa a nuestros propios cuerpos, se alce como prueba de una realidad incómoda.
El gran Edward Weston jugó a este juego y no por nada es considerado un maestro de la fotografía, pero mi movimiento de apertura es distinto al que el habría realizado. Sus prístinas imágenes de ejecución impecablemente limpia capturan en cierta manera esa idiosincrasia de la inquietud de la que antes hablaba, pero carecen de la violencia visual necesaria que hace que el espectador no pueda simplemente refugiarse en la belleza de lo que observa. Mia es la misión de llevar al mismo escenario a sus dos grandes actores y desnudarlos bajo un foco de luz sin piedad.
«Vanitas vanitatum omnia vanitas». El cuerpo convertido en vanitas, pero hasta la vanidad tiene un fin. El vanitas no es sólo la vanidad, es lo insignificante y ¿cómo puede haber nada insignificante cuando en cada momento hay alguien observándolo en cada punto del mundo?. Luz que una vez fue vanidad, ¿cómo puede uno encontrar belleza en lo insignificante cuando ya no son mas que unos y ceros?. No es de extrañar que el aura haya muerto, si hasta la mas bellas de las ínfulas ya no es más que una pérfida ilusión matemática que nunca encuentra reposo. Esta carne nació para morir, y eso ya nunca sucederá.
Esto se aplica a los recién documentados parajes de la geografía cárnica, pero aun no hemos presentado al otro contertulio que asoma desde el papel. Vulgar, común... insignificante ¿Notan el paralelismo? ¿Y que puede ser mas insignificante que algo de los que el sucio suelo nos ofrece infinidad de muestras? Al final, su camino no difiere del de la piel sensible. De joven e intocable a madura y aun comestible. Y desde ahí, un garbeo cuesta abajo hacia la podredumbre.
Por motivos que probablemente nos remiten a tiempos donde nuestros ancestros aun no comprendían como podía ser vivo alguno querer descender de la cómoda seguridad de las copas de los arboles, todo aquello que no entendemos nos provoca una absurda congoja, un estado de desapacible nerviosismo. Da igual que tengamos totalmente claro que, al menos desde un punto de vista puramente físico, una fotografía colgada en la pared no representa ningún tipo de peligro. De hecho, quizás deberíamos plantearnos si entendemos siquiera la misma idea de fotografía, pero ese es otro tema.
La cuestión es que mi trabajo demuestra ,simple y llanamente, que encontrar figuras conocidas en contextos no habituales causa en el espectador una sensación de extrañeza y desasosiego notable. Enfocando el uso de la técnica fotográfica desde la perspectiva de lo que deseo crear es un bodegón siniestro e ingrávido, mis imágenes desollan la piel para extraer de la misma los valores que la convención social le atribuye, dejando frente al telón solo una geografía extraña, fondo idóneo para que la fruta, presentándose en diferentes estados, algunos en optimo y otros en principio de descomposición/fresco dañado y muerto, en relación con lo que que pasa a nuestros propios cuerpos, se alce como prueba de una realidad incómoda.
El gran Edward Weston jugó a este juego y no por nada es considerado un maestro de la fotografía, pero mi movimiento de apertura es distinto al que el habría realizado. Sus prístinas imágenes de ejecución impecablemente limpia capturan en cierta manera esa idiosincrasia de la inquietud de la que antes hablaba, pero carecen de la violencia visual necesaria que hace que el espectador no pueda simplemente refugiarse en la belleza de lo que observa. Mia es la misión de llevar al mismo escenario a sus dos grandes actores y desnudarlos bajo un foco de luz sin piedad.